martes, 22 de julio de 2008

GARY Moore arrebató a John Mayall la corona de Rey del blues blanco

Fue en un concierto del pasado jueves en Almería. Ahora Mayall tendrá que subirse al escenario del Auditorio Maestro Padilla para reclamar la devolución del trono que ha ocupado durante décadas.

Fue fácil conquistar el reinado, ya que el guitarrista irlandés se metió al público almeriense en el bolsillo arrancando el show con su potentísima versión de 'Oh, pretty woman'. Todo lo demás fue coser (punteos de guitarra) y cantar.

Le acompañaban tres músicos: bajista, teclista y batería. Los tres hicieron un discreto papel, recluidos en un trocito de escenario dejando libre el resto del espacio para el lucimiento personal de Moore. La iluminación también estaba al servicio del guitarrista. El equipo de sonido, muy potente, estaba compuesto por amplificadores Marshall de válvulas, todo un clásico. La batería era Yamaha, el teclado Korg, y Gary Moore mostró un amplio repertorio de hasta seis guitarras diferentes, mostrando predilección por las Gibson, aunque también lució dos Fender.

Bourdon-whisky

Con un Auditorio Maestro Padilla sin apenas sillas vacías, y ante más de 900 testigos de todos las edades, demostró que si los bluesmen del Delta del Mississippi tenían el bourbon, los irlandeses tienen un whisky con mucha personalidad capaz de curtir guitarristas de blues de la talla del propio Moore o el fallecido Rory Gallagher.

En un concierto organizado por el Área de Cultura del Ayuntamiento de Almería, el guitarrista irlandés sorprendió durante toda la noche con un amplio abanico de técnicas de punteo, sacando riffs de guitarra de puro virtuosismo en cada uno de los 13 temas que sonaron a lo largo de un concierto de 110 minutos. Y aunque él era el único guitarrista, lograba crear una atmósfera tan completa, que a veces parecía que hubiera dos guitarras sonando a la vez.

Los primeros compases fueron muy rockeros, para pasar a los 20 minutos a un blues electrizante que dejó unos momentos de lucimiento al teclista, para acabar convirtiéndose en 15 minutos de veloces punteos de guitarra a cargo de Moore. Pese a la larga duración de este tema, supo a poco.

Sin perder el ritmo

Para calmar la sed de fiesta, Gary Moore y su banda se metieron de lleno con 'Mojo Boogie', un rock & roll con ramalazos de blues que levantó al auditorio de la silla para bailar al ritmo la canción más pegadiza del repertorio del irlandés. En la misma línea, sin perder el ritmo, llegó el turno de 'Thirty Days', una versión de Chuck Berry que convierte los clásicos estribillos del góspel en un divertimento del rock & roll más golfo.

Tras varios minutos movidos llegó el momento del blues lacrimógeno, con la conocidísima 'All your love', que dio el relevo a 'I love you more than youŽll ever know'. No podía faltar un homenaje a su etapa en Thin Lizzy, y sonó con mucha pasión 'Don't believe a word'. Se trata de un clásico del rock que comienza melancólico y acaba coqueteando con el heavy más cañero.

Se hizo esperar, como a veces hace el gordo de navidad, pero después de 70 minutos de concierto por fin llegó lo que todo el público esperaba: 'Still got the blues', posiblemente la canción más conocida del artista irlandés. Uno de esas melodías perfectas cuyas notas acarician el tuétano.

Una ovación con el público puesto en pie dio paso a otra de las imprescindibles, 'Walking by myself', donde ya la práctica totalidad del auditorio bailaba al compás. Tras este tema, Gary Moore se retiró a camerinos, pero bastó un solo minuto para salir al escenario a ejecutar un vibrante bis, que contó con la presencia de su propio hijo, acompañando con la guitarra rítmica.

Moore than blues

La banda se volvió a retirar y fueron necesarios más de dos minutos de ovación para que volviera al escenario a desgranar el final habitual en los conciertos de Gary Moore de los últimos años. Sonó una larguísima versión de 'Parissienne Walkways', otro clásico que Moore grabó junto a Phil Lynott de Thin Lizzy. Moore aprovechó la nota sostenida que suena a mitad del tema para juguetear con el público que alimentó su ego con ovaciones para que siguiera tocando.

Y eso fue todo, tras casi dos horas de blues que no fueron tan blues, ya que Gary Moore recuperó sus raíces más rockeras y sonó como lo hacía en las décadas de los 70 y 80.

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